Hace un par de días mientras veía y escuchaba atentamente la entrevista a un pastor evangélico en un programa periodístico televisivo en la ciudad de Huancayo (Perú), me llamó la atención esa pobre y equivocada percepción que tiene un amplio sector del propio movimiento evangélico sobre el concepto del trabajo y el derecho a un salario justo, ambos reconocidos por las leyes peruanas y universales sobre el trabajo. Lo interesante es que esta misma idea tan alejada de la realidad y que ubica a las iglesias y a sus trabajadores dentro de un imaginario propio de las fantasías mágico-religiosas, en el que se cree que los pastores y las pastoras catalogados como personas de fe, deben vivir de acuerdo a ella, esto es, por las ofrendas y dádivas de las personas. No es extraño que no sólo los dos periodistas, sino la población en general, crea que los evangélicos y su mundo de religiosidad está enmarcado dentro del espacio de la espiritualidad pensada como "humildad" (concepto según el cual es sinónimo de "pobreza").
La idea del periodista en la entrevista se hizo visible desde el inicio. Su plan era indagar sobre el sueldo de un pastor y relacionar ese concepto con el derecho a opinar sobre la situación de sacerdotes y evangélicos en la política. Si el pastor no recibía un sueldo y vivía por fe y en humildad, eso le daba garantía para cuestionar a algunos funcionarios públicos, evangélicos y católicos, con una mala reputación en el manejo de fondos del Estado. ¿Cuánto gana un pastor evangélico? preguntó el periodista. Mi sorpresa fue aun mayor cuando el entrevistado manifestó haber servido como consejero del gobierno regional, y vivir bien siendo un pastor y predicador itinerante. Según su explicación dogmática, los pastores por una especie de "llamamiento" divino (como si tal aspecto fundamental de la Missio Dei -Misión de Dios- y de la Iglesia estuvieran consignadas a una persona y no a la comunidad de fe) están por encima de la congregación, y en ese nivel de los espacios religiosos, todo predicador o conferencista evangélico recibe una invitación que incluye los gastos pagados y alguna ofrenda adicional.
No habló sobre las relaciones entre la justicia y el trabajo, uno de los principales principios del protestantismo y a partir de los cuales hacemos un seguimiento y una crítica al Estado o a las empresas privadas en torno a la situación de los trabajadores. Mencionar la expresión "el obrero es digno de su salario" se convirtió, en esa conversación, en una justificación de cómo algunos evangélicos han alcanzado cierta riqueza por su trabajo o profesión, pero no logra encarnarse en el contexto sociocultural, político y económico en el que los pastores y la iglesia en general estamos inmersos. Tampoco conversaron sobre la situación de exclusión de muchos pastores dentro del sistema de planillas y trato justo como trabajadores.
Tampoco es extraño que en algunas congregaciones evangélicas el pastor no esté considerado en planilla como un trabajador reconocido por su propia denominación y avalada por el Estado. Esta situación nos inmoviliza, nos desinforma y nos deslegitima sobre nuestra presencia y participación en el principio rector de los Derechos Humanos sobre la situación legal de los trabajadores. En el caso de muchos pastores, su situación sigue siendo lamentable, pues no sólo no tienen acceso a un sueldo mínimo, sino que tampoco cuentan con un seguro de salud y de una jubilación cuando sea necesario. En casos como éste, muchos pastores sobreviven por su trabajo secular o servicios realizados fuera del contexto eclesiástico. También es conocido la situación de pastores con sueldos que están muy por encima de otros que pertenecen a la misma denominación, pues están categorizados de alguna manera por el tiempo de servicio, el tamaño de la congregación, entre otros aspectos.
Si la iglesia evangélica no logra desarrollar una ética y un pensamiento sobre el trabajo y los salarios, difícilmente lograremos entender y participar con criterio en esos espacios públicos, de los trabajadores, de la inmoralidad de los subcontratos, del abuso de empresarios evangélicos que no pagan a sus trabajadores al menos un sueldo mínimo, de las protestas de los trabajadores, a veces justas y otras no tan correctas, etc. ¿Cuál es la política que se desarrolla al momento de definir el sueldo de un pastor? ¿Cómo es que le planteamos a la sociedad en general desafíos sobre la igualdad y el derecho en un tema tan importante como este? ¿Cómo participamos como evangélicos en la construcción de una sociedad más justa? ¿Cómo trazamos teológicamente el rol de las empresas públicas y privadas en torno al trabajador y las responsabilidades de éste o ésta?