La iglesia
evangélica enfrenta una variedad de problemas éticos al interior de ella misma
del que lamentablemente no observamos alguna iniciativa para poder superarlos: la
celebración de la cena del Señor como una forma de exclusión social e
ideologización exclusivista de la santidad, el trato pastoral caracterizado por
la inseguridad de sus líderes eclesiásticos que optan por la manipulación y la
amenaza, el silencio sobre los casos de abuso sexual al interior de la
comunidad y muchas veces cometida por los líderes eclesiásticos, un deficiente uso
del texto bíblico y la posterior verbalización que surge de él; entre otros. En
este artículo me referiré a éste último.
En su afán
de conservar el buen trato y las relaciones saludables (al menos es lo que se
dice), el liderazgo eclesiástico ha negado la crítica y la reflexión al punto
de acusar que ella es una suerte de “carnalidad” (debilidad e inmadurez espiritual
que tiende a dañar o crear malestar en la comunidad cristiana, especialmente a
los nuevos miembros o aquellos carentes de carácter) o, en el peor de los
casos, bajo esa tendencia equivocada de espiritualizar las situaciones de la
vida, señalarlo como “obra del demonio”, insinuando con ello que la persona
está bajo cierta inducción demoníaca que debe ser rechazada por toda la
comunidad. Ser espiritual, en este contexto, es guardar silencio y obedecer.
Las preguntas
válidas sobre un hecho, una actitud o una predicación dudosa, son vistos con
sospecha, pues lo que se espera de los miembros o los asistentes a un servicio
litúrgico, es que exclamen ¡Amén! en respuesta a lo que se dice en la
predicación como una señal de asentimiento a la “Palabra de Dios”, aunque en
realidad se trata más bien de la opinión o interpretación personal de el(la)
predicador(a).
Así, pasamos
por alto un serio problema ético al utilizar las escrituras con el propósito de
justificar nuestra opinión sobre un tema. No dudo de las buenas intenciones con
las que muchos predicadores se acercan al púlpito cada semana, pero es
cuestionable la forma en que estos errores se subestiman, sin que haya alguna
muestra correctiva por medio de una mejor preparación bíblico-teológica de las
personas dedicadas a este oficio, entendiendo de antemano, que la predicación
es uno de los medios más usados (erróneamente) para enseñar y difundir la fe.
Hoy me tocó escuchar
un sermón intitulado “Cómo Limpiar El Corazón”, que de acuerdo a las propias
expresiones de la expositora, tenía como propósito invitar a un cambio de
actitud de sus oyentes sobre el “enojo”. Para ello, se sirvió del uso de
algunas falacias que comúnmente cometen y repiten muchos predicadores cada
semana en los diferentes servicios dominicales.
FALACIA Nº 1:
Recurrir a
las generalizaciones en el uso de las palabras sin que haya una explicación
previa del contexto en que éstas son usadas, el significado y el alcance de las
mismas, sobre todo en el caso de aquellas que son polisémicas.
La
predicadora cometió un error tras otro:
a) Relacionó la palabra “enojo” con “rencor”, dando a
entender que ambos casos poseen una carga negativa al punto de ubicarlas dentro
de la categoría de “pecado”.
b)
Si éste fuera el caso, ¿cómo explica el hecho que aun el
propio Jesucristo expresa su enojo en el templo con los mercaderes y cambistas?
¿Cómo pastorear hoy a la iglesia y a la comunidad en general en situaciones de
injusticia y abuso? ¿No sirve enojarse?
Esta forma
de acercamiento no sólo crea confusión, sino que paraliza e inmoviliza a la
iglesia, distanciándola de la realidad misma e invitándola a vivir algo irreal,
alejada de los acontecimientos de la vida diaria en la que muchas personas
están enojadas por una serie de abusos, ya sea del gobierno, o de las
instituciones privadas, o aun de la misma iglesia. No en vano la prédica fue
acompañada de cánticos que llevan a la iglesia, no hacia una misión en su
propio contexto, sino un escape fuera de la realidad, deformándola y
distorsionando la manera de responder al mismo.
FALACIA Nº 2:
Usar erróneamente
un texto bíblico para fundamentar su tesis, el mismo que ha sido escogido
arbitrariamente sin tomar en cuenta (conocer) el significado de las palabras y
el trasfondo en el cual es usado originalmente.
6 Por nada estéis afanosos;
antes bien, en todo, mediante oración y súplica con acción de gracias, sean
dadas a conocer vuestras peticiones delante de Dios.
7 Y la paz de Dios, que sobrepasa
todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestras mentes en Cristo
Jesús.
Fil. 4:6, 7, LBLA
Es muy
evidente que la intención paulina en este texto no guarda relación alguna con
el enojo, sino con la ansiedad por nuestras necesidades, y que al contrario de
insinuar alguna forma de bronca, ésta oración va dirigida a buscar la paz
interior en los pensamientos por causa de nuestras preocupaciones.
Por lo
general, cuando se hace uso de esta falacia, se escoge un pasaje de la biblia (generalmente
con el mal uso de una concordancia bíblica) para sustentar una idea de
antemano; se apela a ello por un supuesto en el significado de alguna(s)
palabra(s) que guarde(n) relación con el tema. Así, lo que se hace es acomodar
el texto a una idea preconcebida. En este caso, se pensó que la palabra
“afanarse” puede servir para explicar el enojo y cómo solucionar este caso.
Veamos otros
textos usados durante la exposición.
El odio suscita
rencillas, pero el amor cubre todas las transgresiones.
Proverbios 10:12, LBLA
Hasta aquí
era ya evidente la intención de la expositora de darle a la expresión “enojo”
una carga negativa, un pecado que debe ser desterrado de la vida de las
personas y de la iglesia; según el cual, no debe quedar vestigio alguno de una
reacción de esta naturaleza. Bajo este pensamiento, la iglesia es conminada
continuamente a ser una “comunidad apolítica” cuya presencia en la historia
debe ser la de traer el reino escatológico e introducirlo mesiánicamente a este
mundo, imperfecto, plural, con sus bondades y horrores. Una iglesia así, es
dócil, y fácilmente manejada al gusto del predicador.
Un tercer
pasaje usado para explicar el pecado del enojo:
31 Por tanto, no os preocupéis,
diciendo: “¿Qué comeremos?” o “¿qué beberemos?” o “¿con qué nos vestiremos?”
32 Porque los gentiles buscan ansiosamente todas estas cosas; que vuestro
Padre celestial sabe que necesitáis todas estas cosas. 33 Pero buscad
primero su reino y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas.
34 Por tanto, no os preocupéis por el día de mañana; porque el día
de mañana se cuidará de sí mismo. Bástele a cada día sus propios problemas.
Mateo 6:31-34, LBLA
Sin dar
explicación alguna, la predicadora añade a la lectura de este texto la frase
¡Que Dios lleve esa carga! ¿Amén? … y las personas responden al unísono…¡Amén!
12 Por tanto, no reine
el pecado en vuestro cuerpo mortal para que no obedezcáis sus lujurias; 13 ni presentéis los miembros de vuestro cuerpo al
pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios
como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos
de justicia. 14 Porque el pecado no tendrá dominio sobre vosotros, pues no
estáis bajo la ley sino bajo la gracia.
Romanos 6:12-14, LBLA
Nos tomaría
mucho espacio explicar al detalle la teología paulina sobre el pecado, la ley y
la gracia que aparece en la Carta a los Romanos; pero sirva a nuestro propósito
mostrar lo evidente por medio de una lectura cuidadosa del texto: la expositora
ha relacionado abiertamente la palabra enojo con el pecado, y al hacerlo, lo ha
acercado hacia otra expresión que aparece en esta porción del pasaje usada por
ella: “lujuria, el cuerpo como instrumento de iniquidad”. Dice la expositora: “Que
el pecado no ingrese a sus vidas, al cuerpo mortal. Ustedes señoritas solteras,
que Dios les de un idóneo, no un demonio. Cuídense ustedes mismos” (¡Vaya uno a
saber qué tiene que ver el enojo con el deseo de las señoritas -si es que lo
tienen- de buscar pareja!).
En este
punto, muchas personas están asimilando lo que escuchan, ese enojo que han
experimentado es un pecado terrible, ha hecho que su cuerpo se convierta en un
instrumento de lujuria, de iniquidad. Sólo la gracia puede librarlas.
La expresión “enojo” según la prédica:
Aparece como sinónimo de afán, odio,
preocupación, pecado, lujuria.
FALACIA Nº 3:
El uso de la
manipulación emocional por medio de juegos verbales como estrategia del
predicador para generar dependencia moral, espiritual y emocional.
La libertad,
vista así, queda conminada a los designios del líder eclesiástico, y finalmente
a la comunidad de fe que asimiló un ideal de convivencia y dependencia, muy
similar al caso de la mujer que defiende a su pareja que la maltrata tanto
física como emocionalmente. Sin duda, ello podría ser una de las razones para
explicar la respuesta masiva de una iglesia intolerante en el contexto de hoy.
La
expositora se sirvió de frases como:
- Tu enojo es un fracaso emocional que lastimará a otra persona.
- Si tu no sanas tu enojo, ¿Como un ciego puede guiar a otro ciego? Dios te va a usar, y los demás querrán ese Dios que tienes e irán a la iglesia.
- Un hermano está mal y nadie ora porque están inmiscuidos en sus afanes.
- Dios te dice, "Te voy a proteger de las cosas que te pueden pasar. El te aconseja. Usará al pastor, al hermano, porque él tiene pasión y misericordia."
- Dios nos quiere librar de toda maldad y quiere que seamos testimonio de bien a los de afuera.
- Dios quiere restaurar tu corazón. Confiesa tu pecado.
- Que el pecado no ingrese a sus vidas, al cuerpo mortal. Ustedes señoritas solteras, que Dios les de un idóneo, no un demonio. Cuídense ustedes mismos.
En base a las
porciones de las escrituras usadas, y a las expresiones que los acompañaban, la
expositora afirmó que “el rencor seca el espíritu y trae muerte espiritual”. Se
trata de una forma sutil de manipular las emociones con el propósito de
afianzar lo que hasta aquí ya es un hecho visible en el espacio evangélico, la
dependencia moral, espiritual y emocional del o la “creyente”.
Para quienes
hemos sido formados en el área de la comunicación, la semiología, la
lingüística y la teología, no dejamos de sorprendernos de la inmensidad de
casos de inmoralidad en los que muchos predicadores evangélicos han caído por
medio de sus mensajes. Prevalece la lógica de alcanzar un objetivo establecido
por medio de expresiones verbales, de contenido religioso, sí, pero carente de
un análisis serio que sólo juega con las emociones de las personas y las hace
vulnerables a la manipulación de corte religioso-política.
CONCLUSIÓN
Más allá de
las posibles buenas intenciones que pueda haber detrás de un sermón dominical,
lo cierto es ante un equivocado sentido de la ética y una pésima tarea
exegética, prevalece una ambigua y pobre justificación de lo que sucede cada
domingo en los diferentes servicios de adoración. A la pobreza en la formación
teológica de los predicadores y las predicadoras, se suma la deficiente
currícula de los seminarios e institutos teológicos, que a esta altura, se han
convertido en promotores de cierta corriente ideológica y teológica antes que a
la libre investigación, el análisis serio y cuidadoso de las diversas teologías
que hoy abundan; y la adecuación de los cursos a las necesidades en América
Latina.
No hay
nobleza ni virtud en un mensaje mal elaborado, amañado y manipulado
ideológicamente. El literalismo sólo ha servido como instrumento para
justificar los movimientos políticos acríticos y fundamentalistas que, tanto
ayer como hoy, avalan los sistemas más inhumanos y corruptos de los que hemos
sido testigos en el mundo.
La
desinformación y la manipulación de la fe hoy van de la mano. Las personas que
asisten a un culto dominical vienen con necesidades reales y sinceras, cuya evidente
confianza en el predicador se manipula con facilidad.
(*) LBLA: La Biblia Las Américas